I
A Ramón Méndez Estrada
las
lagartijas tatuadas en la entrepierna de las putas ya no le saben
porque
lo saben a cielo maduro cayéndose a pedazos.
Bien
decía el buen maestro Infra:
"Las
lagartijas no saben / que viven en el tercer mundo."
Cuando
tuve miedo a la muerte en Morelia
vi
subirles lagartijas por el tobillo y las piernas
al
fantasma de invierno que es el alba negra.
Esa
Alba, que tú secuestraste;
mientras
las putas pagaban su diezmo al narco
y yo las
bendecía con mi semen.
El
tiempo dio más pasos y me perdoné y te perdoné.
Al alba
simplemente la dejé amanecer en otro lado.
De no ser por ti, quizà no me la hubiera madrugado.
De no ser por ti, quizà no me la hubiera madrugado.
Hoy,
presentí tu muerte
mientras
acariciaba el tatuaje de una lagartija
en las
piernas de una puta michoacana en el DF.
Pero
intenté imaginar que estarías bien,
que
pagamos tributo suficiente al verso eterno
con
mota, alcohol y más versos.
Que la
vida sería tu vida hasta que yo llegara
con mi Jazztás Bluescando otro día de mala suerte? Impreso
y no en digital, porque no a todos gusta.
Me
hubiera gustado verte demoler mis estructuras verbales
con el
mazo de McGregor
y
mientras el verbo se hizo escombro
yo
imaginándote que esta vez serías tú,
y no
Papasquiaro, el que se saltara hasta la última página,
porque
también a ti te gustaban los finales;
y me
pidieras leerlo todo de un jalón de nuevo.
Hoy maldigo agradecido las veces en que acabè de pata de perro
y tù me recibiste en el taller del remendar versos.
Hoy maldigo agradecido las veces en que acabè de pata de perro
y tù me recibiste en el taller del remendar versos.
Las veces en que esperàbamos ansiosos el festival de poesìa de Morelia.
Tù para hablar mal de èl, de Marco Antonio Campos
y yo para robarme libros.
Las veces que tù me contabas de Mario, de los infras, del alba;
y yo te contaba de mis putas con las que vivì
màs allà de la tarifa de la noche.
En la hora de tu muerte estaba dàndome unos bisteces, según dice la noticia.
Tù para hablar mal de èl, de Marco Antonio Campos
y yo para robarme libros.
Las veces que tù me contabas de Mario, de los infras, del alba;
y yo te contaba de mis putas con las que vivì
màs allà de la tarifa de la noche.
En la hora de tu muerte estaba dàndome unos bisteces, según dice la noticia.
“Nunca
te interesó mucho que yo fuera un ser atormentado por la vida
y la
realidad de ser hombre”, bien podrías decirme.
Me decías
muchas cosas, como que enseñara a perdonar.
Que
perdonara a mi padre. Que buscara sus versos en
“esa
zona donde las criadas riegan jardines y no hay niños jugando en la calle
ni
borrachos tirados ni puestos de fritangas ni putas”.
Hoy, que
la muerte vino a darle un masaje permanente a tus dolidos huesos;
“te
arrancaste como los poemas,
como el
vómito,
como los
lugares pisados”;
mientras
las “putas venden su hambre en camas rechinantes”
y me
venden nuevamente el discurso de la madre abnegada
que lo
da todo por los hijos
y que
tanto odio.
Te me moriste
Dramón; y estás viendo la televisión que ya no veías,
apagaste
por fin el radio que siempre tenías y contemplas
“chavitas
adictas a la televisión, la Coca Cola,
–pequeña
patria
de
sonrisas, corbatas, papeles, buenos días, ¿es la hora de salida?”
Te vi
por última vez en Diciembre.
Te dije
que ya no bebía ni fumaba y te invité un toque y unos tragos.
Te llevé
pan de Acambaro.
No me
arrepiento de alimentar tu autodestrucción.
Al fin y
al cabo como tú decías tu felicidad:
“Ramón y
su sangre regada en el cerebro”.
Me
enseñaste a ser poeta salvaje y no bien niña,
como Gazpar Aguilera o Neftalí Corea. Ahí tu odio.
Me
enseñaste a limpiar las palabras, a escribir sonetos.
A
destruirlo todo para iniciar en Hora 0.
Nos
poníamos locos en tu casa
y cuando
empezaba a tambalearme
me
obligabas al equilibrio.
A
dejarlo todo para terminar lo que uno estaba escribiendo.
A escribir
en serio.
Me
hablaste del único premio de Poesía que vale la pena en México:
El Aguascalientes.
Que
Bolaño era un pendejo por no hablar bien de los Méndez en
Los Detectives Salvajes.
Más de
una vez te volví a robar “las palabras que recogí de todos,
la loca
de evocar las tardes
mis
poemas enfermos de
neruditis
aguda.”
Después,
como dices, vino la joda de estar solo.
Como
cuando me decías que estudiara Artes Marciales
para dominar
mi deseo de destrucción;
y yo
bebía más y más
y como
que me dormía
y ya no
podía escucharte.
Todo
consiste en “hablar de uno mismo con los calzones en la mano” nos decíamos;
“tirados
en el basural de la noche, prendidos a un pellejo sucio”.
Porque,
como sigues afirmando desde tu muertear agùdo,
somos “monos prendidos al seno de la naturaleza”.
somos “monos prendidos al seno de la naturaleza”.
Hoy, al
llegar al DF,
tiré una
playera blanca sudada y sucia.
¿Sabía
ya que ahora que te has perdido,
debo
estar prendido al seno de tus palabras?
“Lo
daría todo por tirarme de cabeza al pozo”,
y qué
pozo sería ese
sino aquel de la poesía que aparenta ser un espejo para Narcizo
pero en
realidad es una planta carnívora
con los
dientes recién afilados.
“Dispuesto
a darte la totalidad de mis milagros”;
le escribías con cartas a la poesía,
y esta te respondía con la voz de su canto;
y esta te respondía con la voz de su canto;
a la que
nosotros nos encargábamos de emborrachar
porque
el alcohol nos hace más humanos.
Somos
hijos del azar. Y sí. “Sí, se sabe que el azar
no
repite las maravillas que nos da de regalo
–rotas
banderas de causas que pasaron de moda–.”
Y sí,
nuestros versos sólo duran un instante.
“No me
salvaré. No me salvará la poesía.”
Somos “moco
colgado de la nariz de Dios”
“¡Pelaré
perros!”
pelaré
universos,
pelaré
canones,
pelaré
pastillas,
pelaré
apostillas,
pelaré
ovnis, zombis
y
videojuegos-murciélago,
pelaré
la hiperrealidad de la belleza porque como tú,
“La
Eternidad era mi Ángel. Mi Musa, la Belleza.
La vida
me paga deudas, me echa al regazo del asombro.
Al
fondo, noté una especie de altar junto de un féretro.
Supe que
era la muerte.”
Porque
me morí un poquito al morirte tú,
porque
me seguiré muriendo y tú ya no sabrás de esa
“eternidad,
pequeña y simple como un orgasmo”.
¿O era
al revés que el canto se cantaba a sí mismo?
“La
Tierra tiembla y canta su toque de alba.
Hoy me
como mi hambre,
sacan a
la ciudad por el Drenaje Profundo.”
Un
dragón con sus ramos de fuego lo barre todo y,
“¿A qué
estrella acogernos?
Las
estrellas hace mucho que se escondieron en el fango del cielo.
Más
muertes, muertes sobre muertes.”
En tu
honor, seguiremos colgados de un poste
mordiéndole
suave y violentamente el seno a la ausencia
para aprender las lenguas maternas prehispánicas.
Y ya
atado al péndulo de Foucault;
“sacrificaré
mis ganfritos, mis drogacolas, mis pincheroy.
Tierra
de aztekas. Iré otra vez allá. A sacrificar niños.
A buscar
niñitos para comérmelos.
Los
encontraré en las cañadas, en los derrumbes,
en las
campiñas húmedas.”
Hoy, en
el día de tu muerte, más que alba, sol negro.
“Amanecer
de un día Dos Lagartija
manantial
sin diques, aguacero.”
Tus
encomiendas de escritura experimental:
“Dar un
largo paseo por la playa
y
olvidarnos de todo
–sin
pasado.”
“Tú me
hiciste poeta.
Antes
sólo grité.
A
tientas en la penumbra
trastabillando
voy
hacia la
claridad que me penetra
a gritos
pongo ronca mi escritura
astillas
de cristal vienen en fila.”
Poesía: “ámame
ahora, si aún puedes.
Si
todavía estás viva, ámame.
Si
todavía respiras, ámame.
Y si no
me amas a mí, ama, simplemente ama
y
extiéndete, y crece
mientras
vivas
roja como
sangre turbia en cielo pardo”
ROJA,
ROJÍSIMA Y CUAJADA
como la
sangre de Ramón Méndez
“mordida
por venenos en vuelo...”
“Germina
la oscura semilla de la muerte:
hace
sombras, pero no aniquila;
echa
brotes de luz como retoños.
Grito
silencio
de tanto
que traigo atragantado.
En la
tumba que fui forjé mis alas.
Vine a
parar a los sótanos del laberinto,
yo que
viví en tu estrella.”
Ahora
que te has ido a la tierra de los muertos,
“sin luz
estoy”.
Me sentí
infra cuando tú ya no
y hemos sido “banda de kamikases, escuadrón de
la muerte”
poetas salvajes que
siguen tu obra.
“Estaría
muerto, a no ser por esa lucidez atroz”
que
también me enseñaste junto con algo de escritura esquizofrénica.
Ahora, “un
ventarrón soy, un viento ebrio” retirado de la bebida.
Pero
sigo creyendo, como tú;
“no es
esto una ciudad: es la blasfemia”.
En “aquel
día, como al pie
de la
Torre de Babel” en que muy joven Rimbaud llegué a tu casa y te dije:
¿Eres
Poeta? ¡Yo también! Quiero aprender de ti. ¿Puedo pasar?
Y entré
al verso
“como si
recitara mis poemas ante una tumba”
que no
para de hablar en todas las lenguas de la poesía.
“Yo me
quedé en el monte, deslumbrado”
como si
en ese monte de palabras
crucificaran
al niño Jesucristo de mis versos.
“Alcé la
copa del olvido
para
apagar la luz
y me
hice sombra, y me vestí de harapos.
¡Aquí,
las quiero a todas!, grité a las hadas.
¡Sombras,
todas aquí!, grité a la Nada.
¡Todas
aquí, cenizas, lumbreras consumadas!, grité.
Y se
hizo de noche. Y sopló un viento helado.
Ardió en
un fuego negro, en un sol negro,
de ésos
que se comen la luz.
¿Cómo se
encadenan los hechos
que
dejan una estela de nostalgia y de loca poesía
en la fosa
del alma?
Grito
silente del rumor
que
puebla los panteones.”
Pero
que, como bien decías,
con el
gozoso gusto de contradecirte:
“vanalidades
son, son nadería.”
“Otra
cosa nos mueve” me decías.
“Tú
sabes la palabra –sólo es una–
para que
tal augurio desacierte.”
Y de
Morelia me “fui a picar piedra en la literatura
y
tropecé con un diamante vivo.”
Que es
mi Jazztásbluescando otro día de mala
suerte?
Escrito
con el amor y el odio que sentí por ti.
Y “por
más que le ruegue al sustantivo
no lo
revelaré con mi escritura.”
“Mágicas
flores son, fueron soñadas,
y en
ellas reverberan mis secretos.”
Ahora
que estás muerto escribo
esto
porque
“robé
este ramo para ti, lo pinto
en el
Libro del Jardín Encantado:
siempre
es igual y siempre tan distinto.
Tiémblame
el corazón, este extranjero,
en pecho
ajeno, lumbre en la montaña,
necesidad
nacida del arriero.”
Ahora
que Sancho ha sido ascendido a Don Quijote
y de la
mancha en la Literatura Mexicana,
todos
somos todos somos
“Escudo
protector del ventisquero”;
sé que
las aventuras de tristes putas
nunca podrán
salvarnos.
“En la
noche
un mal
jazz
un mal
blues
un rock
más triste que la jodida.”
Ahora,
claro,
“además
de pastura de gusanos
eres tema
para ejercicio de la lírica.”
“Aves de
rapiña
atornillados
por la cultura Televisa:
¡Que
venga Supermán!
¡Que
haga strip tease la Mujer Maravilla!
Y a esta
casa llegas tú, pez que han pescado.
En otra
parte juega al juego tonto del borracho solo.
Triste
pincel de espantos,
la
quebradura que le anidó en el alma.”
Yo ya no
sé de albas, porque sigo nadando en la luna.
Sigo
buscando sorber
“pezones
de capulín”; aunque
“en la
noche
un mal
jazz
un mal
blues
un rock
que pasa de una escena a otra escena
y en realidad
no pasa
más que el bronco grito:
nos vale
madre la teoría
y
ejercemos la práctica en la cama.
Este
tiempo nos ha vuelto a los poetas unos gritones:
andamos
a la caza de palabrotas
para
volarle la tapa de los sesos a la cultura,
para
dinamitar la torre de marfil donde presumen esconder la poesía,
para
aventar disparos, disparates
con el
propósito de quebrar esa costumbre atroz
de sacar
lustre al loro.
Y de
todas maneras, aunque no lo admitamos, sentimos
la
comezón del orgullo por nuestros versos.
Muerte
y ya
está aquí la Muerte
una
estentórea voz de trueno
una
mirada de relámpago
pie de
viento
no tengo
tus senos para colgarme de ellos como un garabato enfurecido
soy un
hombre-garabato
un
merolico callejero
selva
rumorosa de los gritos salvajes
aquí
dice
Una
cervecería disfrazada de lonchería
y un
montón de pirujas
disfrazadas
de niñitas de barrio.
Hay
probabilidades de morir.
Se
clavan una imaginación en la entrepierna
musa de
mis poemas pornográficos.
La bella
época
de los
versos livianos en el aire,
imita la
batucada de la lluvia
nos
obliga a dibujar los mapas de las constelaciones
el afán
de predecir los terremotos,
de
pronosticar las catástrofes
tobogán
al desastre
Largo
discurso sin esquinas:
un
enjambre de pájaros.”
Estoy de
sol ado: magía del infrarrealismo.
Estoy de
nomeolvides corazón que estalla.
Hasta no
verte, Infraín mío.
II
La ausencia
de por vida es una presencia